Wednesday 11 March 2015

The Tattoo



Let me tell you about my tattoo.

Most people see the tattoo and simply associate it with a runner. Those in the know associate it with Phiedipides and the Spartathlon. Clearly, to carry the tattoo is to have finished the Spartathlon but the true meaning is in fact much deeper than that.

Just over 20 years ago I fell whilst rock climbing and broke my leg just above the right ankle. The leg was literally snapped in half and the foot hung on by just a few tendons. I was helicoptered out by the rescue team and then had emergency surgery in hospital. The doctors told me I would never run again.

Then in the 80’s the story of Phiedipides running from Athens to Sparta in 36 hours was considered impossible, nothing more than  a curious ancient anecdote blending in with Greek mythology of impossible feats and impossible creatures and gods. That is until John Fodden and his team set out to prove that it was indeed possible, and that Phiedipides did indeed run between Athens and Sparta. The rest we all know, which is now ultra-running history with the birth of the Spartathlon, the world’s greatest race.

So the real meaning of the tattoo is that nothing is impossible, neither the injury nor the feat. The only limits are those in our heads and they are only there to be broken. The tattoo is on the leg I broke, although you have to look carefully these days to see the scars. So whenever I doubt myself I only have to look and see down Phiedipides to remind me that nothing is impossible. Phiedipides will always be the myth that is to be broken.

Sunday 1 March 2015

Reflexión de un viejo cientounero.


Para entender lo que significan los 101 de Ronda para mí hay que comprender mis raíces.

Desde que puedo recordar, siempre he empujado mis límites al extremo. Encuentro mi camino en la delgada línea que separa la bravura de la locura, íntimamente atractiva e estimulante. De joven, a mis 20 añitos, practicaba piragüismo de aguas bravas en el Reino Unido y escalada de roca; siempre buscando un tramo del río más exigente o una pared más expuesta, que empujaban mi limite técnico y psicológico un poco más allá. En aquellos tiempos corría sólo para mantener la forma.

Un día, cuando me encontraba en una vía psicológico, viajando en un espacio vertical liso y sin protección, me caí y me rompí la pierna derecha. Había 5 trozos de hueso independientes, la pierna estaba rota a 90º y el pie me colgaba de un par de tendones. El rescate fue dramático, me tuvieron que sacar en helicóptero y trasladar a un hospital para cirugía de emergencia.

El cirujano que me operó dijo que ahora, con la placa de titanio que llevaba dentro, la pierna era más fuerte que nunca, pero los demás médicos dijeron que jamás podría volver a correr, que las lesiones eran demasiado fuertes y que debía aceptar mis nuevas limitaciones (además de la rotura evidente se habían cortado varios tendones que tuvieron que ser cosidos y el pie estaba totalmente fuera de sitio).

Pero creo que nuestro destino está enteramente en nuestras manos y no les escuché. Empecé a correr como un demonio sobre compensando con la pierna izquierda, a pesar del dolor y la falta de flexibilidad en la derecha. Muy poco a poco volví a recuperar la forma y a correr de nuevo, con un estilo un poco raro, pero era correr. Conocí a José Luis Rubillo Gallego y juntos empezamos a entrenar y competir en carreras de orientación.



Lentamente fui olvidándome del accidente, entrenando cada vez más fuerte, pero un día bajando una pendiente muy pronunciada aterricé bruscamente sobre la pierna izquierda provocando que la tibia penetrarse dentro de la rótula. El dolor era más intenso aún que con el accidente previo y tuve que parar en seco. Resolver el problema de la rodilla me costó dos operaciones y dos años fuera de juego. Estaba totalmente desconectado del mundillo de correr cuando José me contactó para volver a participar en una carrera de orientación juntos, el Rally a Pie del grupo de montaña Amadablan de San Pedro de Alcántara. Estaba muy fuera de forma, con un considerable sobrepeso, pero José insistió y volvimos a competir. El tiempo aquel fin de semana era horrible, con visibilidad entre 2 ó 3 metros y a pesar de ser el atleta con la peor forma de todos, conseguimos ganar porque no nos perdimos.

Y un día nos enteramos de una carrera militar cívica organizado por los Legionarios Españoles en Ronda con una distancia de 101 kilómetros que pasaba por la serranía y que por lo visto tenía un excelente organización. No podíamos creer que no hubiéramos sabido de esa carrera antes, pero eran los tiempos antes de Internet y no nos había llegado la información. ¿Cómo era posible que nos hubiésemos perdido las 3 primeras ediciones? ¡Esa carrera estaba hecha para nosotros! La emoción de haber encontrado algo tan fantástico era máxima y con lesiones en ambas piernas, equilibrando cada vez en una, comencé a entrenar en serio de nuevo. Perdí peso, lo que me ayudó a correr mediamente bien de nuevo. No tenía la velocidad de antes, de hecho iba bastante más lento, pero podía correr y mis intenciones en mi primer 101 eran simplemente acabar la prueba. Con eso me daba por satisfecho.

Mi primera participación en los 101 de 1999 fue un desastre. Lo recuerdo muy bien. Estaba usando unas zapatillas media talla pequeñas para esa tipo de recorrido; zapatillas que en distancias inferiores me habían servido muy bien, pero que esta vez me iban a castigar y dejar sin uñas en los pies. Perdí 9 de las 10 en aquel viaje a pie por la serranía de Ronda. Pero más doloroso todavía fue abandonar la carrera en el cuartel. Muy a mi pesar tuve que reconocer que con los pies destrozados no podía acabar aquel año. Me quedé con la miel en los labios: el ambiente tan cálido de la carrera, el buen rollo con los soldados, el compañerismo tan fuerte con los demás corredores y marchadores, ¡y el recuerdo de mi fracaso! Nunca había fallado en una carrera y para mí eso era un desastre.

Desde ese momento los 101 se convertirían en obsesión. No pasaba un solo día que no pensara en aquella carrera. Cada vez que salía a correr tenía la mente puesta en esa prueba y en aquella época era el santo grial para mi mundo. Me hice amigo de Oscar Pajares, principal organizador dentro de la Legión, que se convertiría en una especia de héroe para nosotros.

Acabé los 101 el año siguiente en algo más de 18 horas. El invierno previo había estado bastante enfermo, sin poder entrenar mucho a pesar de las ganas, y la terminé andando. Me costó todo lo que tengo dentro, incluso varios desmayos, pero acabé. Crucé la meta con lágrimas en los ojos. Nunca en mi vida me he sentido tan reventado, nunca he estado tan cerca del límite absoluto de mis capacidades físicas, emocionales y psicológicas, mi tolerancia a dolor; pero a su vez nunca he experimentado una sensación de éxtasis tan fuerte al simplemente acabar una prueba. Descubrí que me siento más vivo cuando me siento más muerto. La adicción total había empezado e iba a marcar los siguientes años de mi vida. De hecho me sigue marcando.

Desde entonces he participado en casi todas las ediciones de los 101 con mi mejor marca en 9:50. He realizado algunas de las pruebas más exigentes del mundo incluyendo la Badwater que pasa por el Valle de la Muerte en los EEUU, The High en el Himalaya y la Spartathlon en Grecia. Esas carreras son desde luego más potentes que los 101 de Ronda, más largas y en condiciones más extremas. En todos los sentidos de la palabra me considero un ultra fondista muy experimentado. He estado en lugares donde pocas personas se atreven a ir, he visto cosas que pocos han visto porque mi cuerpo me ha llevado a esos lugares remotos. Y todo eso porque había una carrera organizada por la Legión de Ronda que sembró una semilla de ulrafondista en mí. Pero no solo para mí, sino para muchos de mis amigos, es la prueba que realmente nos inició en este mundo.

Los 101 de Ronda siempre tienen un lugar especial en mi corazón, espero participar todos los años de mi vida mientras pueda. Porque esa carrera, ese ambiente tan único, ese inicio tan poderoso me dejó marcado en la manera más positiva posible.

Mark Steven Woolley

Ultrafondista